Hay algo que probablemente tenemos en común todos aquellos que fuimos niños durante los años ochenta y tuvimos la televisión como uno de nuestros principales ‘hobbies’: la fascinación por He-Man. Todos los domingos nos sentábamos ante un televisor sintonizado en la primera cadena de Inravisión (eventualmente conocida como Canal 1) para ver al Príncipe Adam invocar “el poder de Grayskull” y enfrentar al malvado Skeletor.
Si damos una mirada a cualquier capítulo de He-Man y los amos del universo hoy en día vamos a descubrir que no es una gran serie. De hecho, es bastante mala. Los personajes son demasiado simples, la animación es mediocre para la época y las tramas son ridículas, incluso para su absurdo mundo. Pero nada de esto nos importaba cuando éramos pequeños. Los diseños de personajes, vehículos y la apenas delineada mitología fueron suficientes para activar nuestra creatividad y hacernos crear nuestras propias historias con las figuras de acción que la serie promocionaba sin sutileza alguna.
Es por esto que, cuando recordamos a He-Man, tenemos una imagen mental llena de acción, grandes aventuras y fabulosas historias que no corresponde con la realidad. Pero muchos de nosotros crecimos tan apegados a ese mundo que nos cuesta aceptar que la caricatura no era la serie más genial del mundo.
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